En el otoño de 1944, la guerra se acercaba a las fronteras de la Alemania nazi. En el este, los soviéticos preparaban el asalto al corazón del Reich. En el oeste, tras liberar París, los angloamericanos acumulaban medios para cruzar el Rin y acababan la reconquista de Italia.
El 25 de septiembre de 1944, Hitler indicó por primera vez que Amberes podía ser el objetivo de un contraataque masivo que desequilibrara de un golpe a los aliados occidentales. Los inmensos efectivos soviéticos impedían lanzar una ofensiva decisiva en el este. En cambio, en el oeste, el ataque podía tener un efecto político de gran alcance. Además de aniquilar una veintena o más de divisiones, cercadas al norte del punto de ruptura, un “gancho” en dirección a Amberes arrebataría a los aliados su principal puerto de desembarco de vituallas.
Un descalabro podía inducir a la opinión pública de los aliados a pedir conversaciones de paz. Si no se conseguía eso, por lo menos la Wehrmacht tendría tiempo de producir en masa las “armas milagrosas” (bombas V, aviones a reacción, carros de combate Königstiger) y rechazar la inminente ofensiva del Ejército Rojo.
La ofensiva recibió el nombre de una famosa canción patriótica alemana, Die Wacht am Rhein (“Guardia del Rin”), en un intento de hacer pasar los preparativos como parte de la defensa del río. Lejos de dar por perdida la guerra, y en una de aquellas apuestas que habían impulsado su espectacular carrera política, Hitler estaba convencido de que aquel golpe cambiaría el curso de la contienda.
A la desesperada
Tras el atentado del 20 de julio de 1944, en el que habían estado implicados altos mandos del Ejército, nadie en la Wehrmacht osó criticar el plan abiertamente. Ni el comandante supremo alemán en el oeste, mariscal Gerd von Rundstedt, ni el mariscal Walter Model, cuyo Grupo de Ejércitos B debía realizar el ataque, se opusieron.
En privado, ciertamente, se mostraron escépticos ante la posibilidad de alcanzar Amberes, pero sus propuestas alternativas se basaban en las mismas presunciones que Hitler: debilidad de los aliados y sobrestimación del poder militar alemán. A estas alturas, la escasez de petróleo había limitado a lo mínimo el adiestramiento de los tanquistas. Las divisiones de Volksgrenadier (Granaderos populares), que habían heredado los títulos de las destruidas en Normandía, se componían de reemplazos demasiado jóvenes o viejos.

Volkssgrenadiers, equipados con sus StG 44, luchando en las Ardenas
Realizando un gran esfuerzo, los alemanes reunieron unas fuerzas impresionantes: 230.000 hombres, un millar de carros de combate y cañones de asalto y 970 cañones. En términos absolutos, Model tenía una superioridad de tres a uno en los sectores de ataque.
El 6.º Ejército Panzer SS y el 5.º Ejército Panzer atacarían en un sector de unos 100 km entre Monschau y Echternarch, en la región de las Ardenas. Otros dos ejércitos, el 15.º y el 7.º, cubrirían el flanco norte y sur, respectivamente, aunque habían sido prácticamente despojados de sus blindados para aumentar el poder de los dos ejércitos principales.
El plan contemplaba que, tras alcanzar el río Mosa entre Lieja y Namur, las columnas panzer seguirían hasta Amberes; sin embargo, menos de dos tercios de la gasolina necesaria para cubrir esa distancia había llegado a las unidades cuando la operación comenzó. Los alemanes pensaban complementarla con la de los depósitos aliados capturados. Se esperaba que el mal tiempo previsto para los primeros días de la ofensiva neutralizaría el aplastante poder de la aviación aliada, lo que dice mucho del carácter desesperado de los planes alemanes.
Sorprendidos, no aplastados
A las 05.30 horas del 16 de diciembre, cientos de cañones alemanes abrieron fuego en las Ardenas. Los proyectores antiaéreos cegaron a los defensores de la primera línea (una táctica copiada de los soviéticos). La infantería se infiltró en las posiciones estadounidenses, seguida de cerca por los blindados.
A pesar de los rumores y las informaciones que les habían llegado, los aliados no habían modificado su dispositivo, suponiendo que los alemanes concentraban fuerzas para atacar en la zona de Aquisgrán, donde se habían librado duros combates aquel otoño. Los 140 km del frente en las Ardenas estaban defendidos por seis divisiones del 1.er Ejército estadounidense. Tres de ellas eran formaciones inexperimentadas y las otras dos habían sufrido serias pérdidas en la batalla del bosque de Hürtgen. La única formación con experiencia era la 2.ª División de Infantería (DI).

Avance de tropas alemanas
Esta formación y la inexperta 99.ª DI rechazaron los asaltos del 6.º Ejército Panzer SS. La 28.ª DI consiguió escapar de la trampa, aunque los alemanes abrieron brechas en varios puntos y cercaron a dos regimientos americanos. El mal tiempo mantenía los aviones aliados en tierra, pero los soldados aliados aprovecharon el relieve accidentado y los bosques, recorridos por múltiples corrientes de agua, para establecer barreras de contención.
Pequeños grupos de paracaidistas y de saboteadores alemanes, disfrazados con uniformes estadounidenses y hablando en inglés, crearon alguna confusión en la retaguardia aliada, pero fueron neutralizados rápidamente por la policía militar, interrogando en los controles a los sospechosos sobre tópicos de la cultura popular estadounidense, como las alineaciones de los equipos de béisbol.
Eisenhower toma nota
El Estado Mayor de “Sepp” Dietrich, el comandante del 6.º Ejército Panzer SS, antiguo guardaespaldas de Hitler, había realizado una pésima planificación. Solo dos grupos de batalla de las SS consiguieron romper la costra defensiva americana y avanzar hacia el norte, en busca de lugares de paso para alcanzar el Mosa. El grupo que mandaba el teniente coronel SS Jochen Peiper, apodado “Batallón Soplete” por sus tácticas genocidas en Rusia, dejó en su camino un rastro de civiles y prisioneros asesinados a sangre fría, antes de verse obligado a volver sobre sus pasos tras abandonar todos sus blindados.
Al mediodía del 16 de diciembre, el comandante supremo aliado, Dwight D. Eisenhower, había tomado la medida del plan alemán y ordenó que todos los refuerzos disponibles se dirigieran rápidamente hacia las Ardenas. Eisenhower era responsable, en buena parte, de la desmedida confianza que había propiciado la sorpresa inicial alemana. Pero sus oficiales sobre el terreno, lejos de perder los nervios, tomaron la crucial decisión de conservar las ciudades de Saint-Vith y Bastogne, que constituían dos nudos de carretera indispensables para el rápido avance de los alemanes.

Un ametrallador alemán marchando por las Ardenas en diciembre de 1944
Hasta que fue abandonada el 21 de diciembre, Saint-Vith actuó como un dique que separaba al 6.º Ejército Panzer SS del 5.º Ejército Panzer del general Hasso von Manteuffel. Este último disponía de dos cuerpos panzer, al mando de oficiales muy experimentados.
En el sector de Manteuffel se produjo el avance más preocupante para los aliados. Mientras los panzer se dirigían rápidamente hacia Dinant, situada a orillas del Mosa, los Volksgrenadier cercaban Bastogne, donde se había posicionado la 101.ª División Aerotransportada americana, llegada a toda prisa desde Reims. Los paracaidistas resistieron los repetidos ataques alemanes entre el 21 y el 26 de diciembre. Cuando Anthony McAuliffe, su comandante, recibió una oferta de rendición, despachó al parlamentario alemán con la expresión Nuts! (“¡Un huevo!”).
El factor aéreo
Entre el 17 y el 19 de diciembre, el avance alemán había ido formando un saliente, una protuberancia (the bulge, como el nombre estadounidense de la batalla). Eisenhower dio el mando de la cara norte del saliente al mariscal británico Bernard L. Montgomery y el de la cara sur al estadounidense Omar N. Bradley. Por su parte, el enérgico George S. Patton recibió la orden de atacar con su 3.er Ejército desde el sur y, en coordinación con Montgomery, cortar el saliente por la base y aislar a las tropas alemanas que hubieran avanzado hacia el Mosa.
Para el 24 de diciembre, las tropas de Manteuffel habían conseguido llegar a las cercanías de Dinant, a 100 km de la línea de partida. Pero ya no avanzaron más allá. Las tropas estaban agotadas, la gasolina escaseaba y una ventana de buen tiempo permitió a la aviación aliada abatirse sobre las columnas panzer con resultados demoledores (solo ese día los aliados realizaron cinco mil salidas).
Los alemanes tenían dificultades para trasladar al frente incluso los suministros más esenciales. Sus tanquistas destruyeron diez carros aliados por cada uno de los que ellos perdieron, pero la falta de piezas de recambio inmovilizó sus panzer. Además, los aliados disponían de la información de Ultra (el descifrado de las transmisiones alemanas), por lo que podían concentrar sus esfuerzos contra las reservas alemanas. El 26 de diciembre, la vanguardia de Patton alcanzó a los defensores de Bastogne.
Para los alemanes era crucial conseguir el dominio del cielo para proseguir la ofensiva. El día de Año Nuevo, la Luftwaffe lanzó la operación sorpresa Bodenplatte, con seiscientos cazas y cazabombarderos contra los aeródromos aliados. Los resultados fueron desastrosos para los alemanes, que no consiguieron anular la superioridad aérea aliada y perdieron trescientos aviones y muchos de sus últimos pilotos experimentados, que constituían la débil barrera contra los bombardeos masivos contra el Reich.

Aviones destruidos durante Bodenplatte
Esta fue la última gran operación aérea alemana. Ese mismo día, esperando que Eisenhower ordenara a Patton volverse hacia el sur, Hitler ordenó al 7.º Ejército lanzar la ofensiva Nordwind en dirección a los Vosgos. Las tropas alemanas, agotadas, no cumplieron ninguno de sus objetivos.
Balance de una ofensiva
A finales de enero de 1945, el frente había vuelto al trazado anterior al lanzamiento de la ofensiva. El mes de combates de las Ardenas fue el más letal de la campaña aliada en Europa. Cada bando sufrió algo más de cien mil bajas, de las cuales una décima parte eran muertos. Los combates fueron feroces: la 5.ª División Paracaidista alemana perdió la mitad de sus dieciséis mil efectivos y la 35.ª División de Infantería estadounidense sufrió setecientas bajas en dos días.
De lo que no cabe duda es de que, para Alemania, la ofensiva resultó un desastre. El material perdido o abandonado no podía sustituirse. Las últimas reservas de combustible se habían invertido en el ataque.
Los grandes beneficiados de todo aquello fueron los soviéticos, que el 12 de enero emprendieron su gigantesca ofensiva en dirección a Berlín. El frente alemán se desplomó al primer golpe. Tres días después, Hitler bajó al búnker de la Cancillería. No saldría vivo de allí.